Entre postres y clicks desenfrenados

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Entre postres y clicks desenfrenados

A veces pasamos por la vida cumpliendo con las cosas por obligación, vamos a clase porque el profesor toma asistencia o para no sacar cero en un taller. Con el paso del tiempo y con el afán interminable del siglo xxi vamos perdiendo el gusto por aprender y nos acostumbramos a la necesidad de cumplir. Es así como enseñar se vuelve un reto cada vez más complejo: ¿cómo mantener motivado a un estudiante que antes de empezar la clase ya perdió, aunque ni siquiera es perder porque nunca la tuvo, todo tipo de motivación?

Ahí está la magia de clases como esta, donde se encuentran casi que por razones del destino los estudiantes y el profesor indicado para rescatar la motivación que creíamos perdida. Circunstancias que hacen posible eliminar la mala cara antes de entrar a clase y gozar como niños chiquitos con juegos de nerds como Kahoot. Clases que te enseñan el valor del conocimiento y donde se demuestra que la dedicación y el compromiso con aprender no se improvisa, sería injusto camuflar el compromiso de compañeros como Emilio en pura suerte, en un simple azar. Casi tan injusto como que solo una vez pude ganar.

Si bien la teoría, las normas y las advertencias nunca nos abandonaron en todo el semestre, algo que no puedo negar que se hace en ocasiones agotador, es innegable que hoy las puedo (y me atrevería a decir podemos) ver con otros ojos, donde siempre va a estar ese `detrás de´ lleno de risas, postres, gritos y clicks desenfrenados. Porque en las materias donde pareciera que jugar fuera el objetivo final y aprender simplemente una excusa es donde se aprende con ganas y, sobretodo, para toda la vida. Así sea imposible recordar para siempre la variación entre una cita de un artículo y un libro completo, la clasificación del plagio o el uso de las versalitas; quedará siempre presente   esa conciencia colectiva alrededor del plagio, las normas de citación y la solidaridad con el conocimiento ajeno.

Autoevaluación: 4.7